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Con el regreso de la izquierda al poder, la invasión rusa a Ucrania y una recesión económica en puertas, el escenario político para la oposición venezolana es diametralmente distinto al que se enfrentaba en 2019 al comienzo del gobierno interino. Ese escenario impregnado de optimismo y que logró unir al liderazgo político nacional bajo una estrategia común desapareció bajo la sombra de una lucha interna que eventualmente acabó con la figura del gobierno interino.

¿Cómo se dibuja el mapa de la oposición venezolana en Latinoamérica? La respuesta a esta pregunta es crucial para entender los retos y oportunidades de la oposición venezolana para el rescate de la democracia.

Con el fin del gobierno interino las diferencias entre los diversos sectores de la oposición se hicieron notar y con ello los desafíos que han de enfrentar local y regionalmente. A nivel interno, un proceso de elecciones primarias que hasta hoy no ha sido claramente definido y que ya ha sufrido los ataques del régimen.

A nivel regional, una nueva marea rosa ideológica y políticamente contraria a los deseos de revertir los embates del autoritarismo en Venezuela.

A diferencia del año 2019, en el que la oposición logró el respaldo explícito de casi 60 países (incluyendo a Estados Unidos y la Unión Europea), hoy el escenario parece menos claro. Con la llegada de Gustavo Petro a la presidencia de Colombia y el regreso de Lula da Silva a Brasil, terminó de consolidarse el regreso de la izquierda a Latinoamérica y con ello la falta de un compromiso claro por la democracia.

En palabras de Héctor Aguilar Camín, periodista e historiador mexicano, en el libro “La Nueva Soledad de América Latina” (2022), “la nueva marea rosa tiene tentaciones populistas y tolera fraternalmente a las dictaduras de izquierda del vecindario”. Una situación que sin duda pone en aprietos la lucha por la democracia en Venezuela.

Así lo podemos constatar en el siguiente cuadro comparativo en el que podemos observar la relación entre cada uno de los mandatarios actuales respecto a la oposición venezolana.

Aunque no es el fin de este artículo dar un recuento de las causas que inclinaron nuevamente el péndulo hacia la izquierda, es imposible pasar por alto las trágicas consecuencias políticas y sociales que trajo consigo el Covid-19.

La pandemia sacó a relucir nuestras carencias como región en materia de gobernabilidad, al tiempo que forzó un desajuste en materia fiscal para poder aliviar el costo económico de prolongadas cuarentenas y la compra de las vacunas. El resultado: inflación, descontento social, agudización de la desigualdad, endeudamiento y descontento con la democracia como forma de gobierno.

Es importante destacar que esta nueva marea rosa presenta notables diferencias respecto a la anterior y en consecuencia nuevas características a tomar en cuenta para dibujar el mapa de la oposición venezolana en Latinoamérica. ¿Cuáles son estas características? Para Héctor Aguilar Camín (2022), pueden resumirse en tres:

  1. La presencia de 3 dictaduras de izquierda: Cuba, Nicaragua y Venezuela.
  2. Pocas posibilidades de un boom en el precio de las materias primas.
  3. La presencia activa de México en el bloque (uno de los gigantes regionales).

Estas tres características a su vez se acoplan con 3 rasgos ideológicos característicos de la marea rosa tradicional y que nos permiten una mirada más clarificadora del contexto latinoamericano hoy:

  1. El “neoliberalismo” como enemigo ideológico.
  2. Gran desconfianza sobre la inversión privada y sobreestimación del rol del Estado.
  3. Poca o nula incomodidad con la presencia de dictaduras de izquierda en la región o el mundo.

Siguiendo de cerca este contexto es clave preguntarnos ¿Quiénes siguen apoyando a la oposición venezolana para alcanzar el regreso de la democracia en Venezuela? ¿Cómo lo hacen y por qué?

La oposición tiene dos referentes importantes fuera de Latinoamérica: Estados Unidos y la Unión Europea. Ambos firmes en su objetivo en ayudar a restituir la democracia en Venezuela, pero con cambios graduales en sus métodos de acuerdo con el contexto geopolítico y local.

En primer lugar, la administración Biden dio un giro a la política exterior norteamericana tras la salida de Donald Trump de la Casa Blanca. La administración estadounidense ha priorizado el diálogo sobre la presión y considera las sanciones como instrumentos de negociación para intentar modelar la conducta de la dictadura.

Respecto a su posición con la oposición venezolana, Estados Unidos mantiene un apoyo explícito a los diputados electos de la Asamblea Nacional 2015 y sus decisiones respecto a la dinámica local. Eso lo ha demostrado con su apoyo irrestricto al gobierno interino en el año 2019 y su disolución por decisión de la junta directiva de la Asamblea Nacional en enero de este año.

En el caso de la Unión Europea, su apoyo, aunque firme, ha sido menos arriesgado que el de Estados Unidos, ya que es un bloque de países con perspectivas muy distintas. Un ejemplo de ello fue su decisión de dejar de reconocer al gobierno interino en el 2021, el mismo año en el que la dictadura organizó unas elecciones legislativas para elegir nuevos miembros de la Asamblea Nacional en reemplazo de la electa en el año 2015 y dirigida por Juan Guaidó.

En el caso latinoamericano destaca la posición de Uruguay, Ecuador y Paraguay al ser países dirigidos por mandatarios que podríamos catalogar en el espectro político entre el centro y la derecha, tanto el apoyo al liderazgo opositor como el rechazo político a la dictadura de Nicolás Maduro sigue vigente, no solo por su signo ideológico sino por un claro compromiso por los valores democráticos. Su respaldo ha sido un compromiso asumido desde el inicio de sus gestiones y expresado a través de su participación de los distintos grupos de trabajo multilaterales a lo largo de la región, como lo fue el caso del Grupo de Lima y el Grupo internacional de Contacto.

Hay, a su vez, algunos liderazgos (de izquierda y derecha) cuya posición frente a la dictadura de Nicolás Maduro podemos catalogar como ambigua. Tal es el caso de Bukele, Gabriel Boric y otros mandatarios latinoamericanos quienes prefieren mantenerse fuera del conflicto político criticando cautelosamente la actuación del chavismo al tiempo que se limitan o se oponen a brindar alguna ayuda o respaldo político a la oposición venezolana, incluso llegando en ocasiones a igualarla en responsabilidad con el chavismo por la crisis humanitaria compleja que existe en el país.

Queda preguntarnos, entonces, ¿cómo nos afecta este panorama? Este complejo panorama dificulta la lucha por la democracia en Venezuela. La diversidad de posiciones frente a la crisis en Venezuela a lo largo de la región impide dar forma a una estrategia común frente a los embates autoritarios del chavismo, en especial cuando puertas adentro el debate sobre la próxima estrategia a seguir tras la disolución del gobierno interino aún no está definido.

¿Cómo articular tan diversos intereses y opiniones sin una voz común que defina nuestra crisis? ¿Cómo esperar una respuesta unida si internamente hemos sido incapaces de construir una? Esto cobra especial relevancia en una Latinoamérica que empieza dar síntomas de “fatiga democrática”, desilusionada con el liderazgo político tradicional y su incapacidad de dar respuesta a sus demandas.

Es en medio de este escenario que la oposición venezolana debe dibujar un mapa que permita articular un apoyo diplomático y político para recuperar la democracia en Venezuela. Un escenario en el que la democracia propia y ajena no es prioridad en las demandas de los ciudadanos latinoamericanos. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo empezar a dibujarlo?

Para lograr este cometido resulta importante que la oposición se aboque a dos objetivos: organizar la diáspora y hacer de la democracia un tema central en el debate político latinoamericano.

De allí que sea crucial recuperar la confianza y el apoyo de la ciudadanía. A partir de entonces, tejer un puente entre los venezolanos dentro y fuera del territorio nacional, hacerlos parte de una nueva estrategia, recordarles que aún lejos son actores importantes para democratizar al país. Con más de 7 millones de venezolanos en el mundo, la diáspora venezolana puede transformarse en una voz viva de las atrocidades de la dictadura y de la crisis humanitaria.

El exilio hoy es un activo valioso para garantizar una transición democrática, y una base de apoyo para alcanzar el segundo objetivo: hacer de la democracia un elemento articulador en la política regional, un elemento común en la relación entre nuestros países.

La experiencia y el testimonio del éxodo es vital para recuperar la confianza en la democracia como forma de gobierno y, en consecuencia, contrarrestar la ideologización de las relaciones latinoamericanas, la cual comenzó tras la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela.

Una vez que sobre la mesa de discusión vuelva la importancia de la democracia, los derechos humanos, el Estado de derecho, el multilateralismo y comencemos a dejar de lado los asuntos ideológicos y polarizantes, podremos acentuar una brecha dentro de la izquierda latinoamericana. La brecha entre aquellos liderazgos que creen en la democracia como forma de gobierno pero que aún creen que estar en contra de la dictadura chavista es estar a favor de Estados Unidos y aquellos que por terquedad ideológica se ven incapacitados en defender los valores democráticos.

Reconstruir la democracia en nuestro país es un reto cuya importancia sobrepasa las fronteras de Venezuela. De allí la importancia de abocarnos arduamente a dibujar este mapa de la oposición venezolana a lo largo de Latinoamérica.

La magnitud de nuestra crisis humanitaria nos exige trazar una ruta de actuación hoy y no solo cuando las condiciones geopolíticas sean favorables. El futuro de Venezuela se escribe hoy y está en manos de todos aquellos comprometidos con los valores democráticos.

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