Aquí sabemos de política

A través de los siglos, los Juegos Olímpicos han sido el escenario ideal para apreciar con particular cercanía las luces y sombras de la humanidad. Las audiencias mundiales hallan en los éxitos de los atletas una parte de sí, ya sea con inmenso orgullo cuando la victoria es de sus paisanos, con tristeza amarga cuando fallan, o con alegría honesta cuando un extranjero roza la perfección.

Y si hay un ejemplo ideal que describa la perfección, el nombre que resalta es el de Nadia Comăneci. Esta gimnasta rumana cautivó a toda una generación con rutinas que a día de hoy parecen imposibles de repetir, y a la que muchos atribuyen la popularidad que goza la disciplina desde entonces.

Nadia en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976‌.

Pero lo que esconde la grandeza de Comăneci es que su inigualable don la hizo víctima de una de las persecuciones políticas más garrafales a la que un atleta se haya enfrentado jamás. Algo lamentable que cobra más gravedad sabiendo que tuvo que sobrevivirlo a sus ingenuos 14 años de edad.

Tan solo 4 décadas y centenares de documentos desclasificados hicieron falta para conocer la historia detrás de la estrella, la de una joven prodigio que se vio forzada a recibir salarios miserables y vigilancia perpetua solo por compartir nacionalidad con Nicolae Ceaușescu.

El opresor, a razón de la fijación de su esposa por lo olímpico, prohibiría a Nadia de lo más básico, desde denunciar los maltratos e insultos de su entrenador hasta impedir su retiro del equipo nacional y hacerla competir contra su voluntad. No sería hasta casi 30 años después que Comăneci pudo huir hacia Hungría, junto con muchos otros colegas atletas, y experimentar por primera vez una inédita libertad que se le fue arrebatada desde la adolescencia.

Elena y Nicolae Ceaușescu, Primera Dama y Dictador de la República Socialista de Rumania, respectivamente.

Comăneci no sería la primera atleta rumana en ser blanco del régimen comunista. 20 años antes de que Nadia alcanzara su umbral de fama en Montreal ‘76, al menos la mitad de los miembros del equipo nacional rumano intentaron huir de la delegación durante Melbourne ‘56 a raíz de la invasión soviética a Budapest. La respuesta fue la que uno espera de este tipo de estructuras criminales: persecución, violación de derechos humanos, trabajo forzoso, vejaciones a mansalva.

Uno podría pensar que estas prácticas pertenecen a un oscuro lugar de la historia, allá cuando la Guerra Fría nos privó de principios mínimos universales y la cortina de hierro era carta blanca para violentar a todo el que no se arrodillara a la bota roja. Pero si algo ha dejado en evidencia Tokio 2020 es que aún no estamos exentos de las mismas injusticias.

Buscando refugio en el Olimpo

El mundo del deporte se paralizó por horas, en vilo, a la expectativa del destino de la corredora bielorrusa Krystsina Tsimanouskaya. Sus entrenadores, según reporta Reuters, recibieron órdenes desde Minsk para aprehender a la atleta luego de sus comentarios contra dichos entrenadores. El regreso a Bielorrusia advertía más persecución, empezando por execrarla del equipo olímpico y un sinfín más de atropellos.

La atleta bielorrusa, Krystsina Tsimanouskaya, con la policía de Tokyo.

Esta reacción, típica de autoritarismos, era de esperarse. Ni siquiera fue necesario que el contenido de la crítica fuese político, pues su denuncia era exclusivamente deportiva (la obligaron a correr los 4x400 cuando jamás había practicado esa modalidad de competición). Pero Lukashenko, cuyo hijo es presidente del Comité Olímpico Bielorruso, no suele ser tolerante a críticas. Recientemente ordenó la desviación de un vuelo comercial para apresar a un periodista crítico a su régimen. Coherente, entonces, que Krystisina recibiera el mismo trato.

Por suerte para la corredora, las autoridades japonesas actuaron con la velocidad necesaria para evitar que cayera en manos de Lukashenko. Ahora la atleta está en Varsovia, asilada y lejos de la represión. Sin embargo, su suerte no es común, pues muchos atletas víctimas de persecución se ven obligados a volver a sus países y con ello a las consecuencias de sobrevivir condiciones cuando menos inhumanas.

Esa realidad fue lo que llevó al COI a permitir la participación de los refugiados bajo una misma bandera: el Equipo Olímpico de Refugiados. En representación de más de 80 millones de desplazados a nivel mundial, 23 atletas de 11 países compitieron en Tokio con una gallardía admirable y que debe hacernos reflexionar sobre una situación cada vez más común, la de aquellos atletas a los que se les priva de entonar su propio himno por las atrocidades de sus gobernantes.

El Equipo Olímpico de Refugiados.

Este equipo de héroes incluía a uno de los nuestros. Eldric Sella. El primer latinoamericano en estar en el equipo de refugiados y que representó a más de 5 millones de venezolanos que debieron huir de su tierra. Además compitió boxeando, una disciplina que termina simbolizando la lucha perenne de una nación contra un Estado impuro que busca permanentemente despojarla de su integridad.

Eldric Sella peleando contra el dominicano Euri Cedeno Martinez.‌

La participación de Eldric quedará por siempre tatuada en la historia del deporte nacional, y aunque no trajo medalla, hizo ver al mundo a lo que se enfrentan los atletas venezolanos. A la cooptación de hazañas, a la manipulación de esfuerzos y al menosprecio de los distintos.

De Comăneci a Mayora; de Ceaușescu a Maduro

Si hay algo que caracteriza a los regímenes autoritarios es hacer de la persecución política un aspecto central de su estructura de poder. Cuando la única vía para mantenerte gobernando pasa por silenciar a todo aquel que denuncie tus atropellos, no es sorpresa que a las dictaduras poco les importe perseguir incluso a grandísimos atletas que, a pesar de dejar en alta a la patria de los tiranos, se enfrentan a las mismas opresiones que los ciudadanos comunes.

Venezuela cerró su mejor participación olímpica de la historia en medio de la peor crisis humanitaria de la historia reciente de Occidente. Apenas 43 atletas trajeron a casa 4 medallas y 6 diplomas olímpicos, dándole al país una alegría tan inmensa que de a ratos se sentía ajena, como si desconociéramos esa sensación y el ser venezolano estuviera vinculado exclusivamente a una “sufridera” permanente.

Delegación olímpica venezolana en una caravana que partió desde el Aeropuerto Internacional de Maiquetía.

Era más que previsible que el régimen se apurara en hacer de estas hazañas su responsabilidad, adjudicándose descaradamente los logros de Daniel, Yulimar, Keydomar, Anriquelis, Naryuri, Robeilys, Claudymar, Antonio y Julio.

A varios de ellos se les obligó a tomar una llamada televisada con Nicolás Maduro. Minutos incómodos, llenos de silencio, forzados a ser amistosos con el responsable de que sean 4 medallas y no 10 o 15. Inhumano, cuando menos, que unos burócratas te obliguen a charlar “como si nada” con el culpable de que Eldric no pudiera cargar su bandera, con el artífice detrás de que Paola Pérez casi muriera de hipotermia por no tener apoyo de las autoridades, con el autor detrás de una catástrofe nacional que obligó a Ahymara Mendoza a practicar lanzamiento de bala en una cancha abandonada en Barlovento.

El colmo fue la llamada con Julio Mayora, pesista que sorprendió a medio mundo ganando una medalla de plata contra todo pronóstico. Ni una hora había pasado y se orquestó un circo en Tokio: Julio ven para acá, párate aquí, sonríe, dedícasela a Chávez, dile las gracias a Nicolás, derechito, Julio.

La recompensa por la sumisión era clara: una casa para la familia Mayora. ¿Quién no hubiese cedido a la presión habiendo vivido en la miseria? Julio no tuvo opción, igual que Comăneci, de agachar la cabeza en aras del bienestar de su familia. Desconozco la posición política de Mayora, pero la manipulación de sus declaraciones es grosera, evidente y denunciable.

Julio Mayora durante la prueba de Halterofilia.

Manipulación que también pudimos ver en televisión nacional gracias a la filtración de un programa de TVES. Cuando Alfredo Loyo, entrenador olímpico, denunciaba edulcoradamente la negligencia de las autoridades con los atletas venezolanos, le llovieron insultos en vivo. Querían repetir el teatro: párate aquí, no digas eso, nos van a botar. En un minuto y medio se resumió la tragedia de millones, donde denunciar atropellos está penado por la ley, y donde arrodillarse trae recompensas en forma de migajas.

Si el régimen decide colaborar con Dhers para promover el BMX o trabajar con Mayora y Keydomar para crear centros de halterofilia será un mero acto de oportunismo que es incoherente con su actitud frente a la ciudadanía. Una actitud despreciable y opuesta a los mismísimos principios de la Carta Olímpica, de 100 años de antigüedad:

El objetivo del Olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del ser humano, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana.

Que nuestros atletas lograran el mejor desempeño deportivo de la historia del olimpismo venezolano es absoluta responsabilidad de cada uno de ellos. Para los espectadores, será primordial empatizar con los chantajes a los que se enfrentan estos inmensos venezolanos.

Nunca había sido más urgente apoyar a estos atletas desde nuestros espacios, seguir de cerca sus carreras, promover sus disciplinas. Si la dictadura solo estará presente para manipular los triunfos, será nuestro el rol de contribuir al máximo para hacerlos posibles. A pesar de la propaganda y la cruzada mediática de los apologistas, no debemos olvidar que muchas de las hazañas de los nuestros son a pesar del régimen, nunca gracias a él.

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