Aquí sabemos de política

Veinte años de presencia militar occidental en Afganistán, cientos de miles de soldados en posiciones de combate, billones de dólares gastados y cuatro presidentes. Este ha sido el esfuerzo de guerra de los Estados Unidos en Afganistán. Todo con el objetivo de prevenir que el Talibán convirtiera Afganistán en un hervidero de grupos terroristas. ¿Qué puede mostrar EEUU como resultados? Un débil gobierno afgano que se derritió en semanas, una incompetente retirada de Kabul y un Talibán firmemente en control de todo Afganistan.

Se escribirán ríos de tinta sobre las consecuencias a mediano y largo plazo de la caída de Afganistán, muchas preguntas se harán a los responsables de la rápida y desorganizada retirada estadounidense de la guerra más larga de su historia mientras la tragedia humanitaria se desarrolla a plena vista de todo el mundo con miles de afganos desesperados por escapar su país.

Talibanes entrado a Kabul, Afganistán

¿Cómo será la relación entre el nuevo gobierno talibán y sus vecinos Irán y Pakistán? ¿Acaso podrá EEUU desentenderse completamente de esta región si el Talibán vuelve a convertir Afganistán en un paraíso para células terroristas como Al-Qaeda? ¿Por cuánto tiempo mantendrá el Talibán relaciones amables con un gobierno chino que oprime a una minoría musulmana cerca de las fronteras afganas?

Cientos de preguntas sobre el futuro de la región y de la seguridad de Occidente se formularán en los próximos meses. Sin embargo, esa no es la única lección que nos deja la desastrosa caída de Kabul, la mayor lección es la crisis de autoridad política, militar y moral que está teniendo EEUU en los últimos años.

Desde la caída del muro de Berlín en 1989, EEUU ha sido la principal potencia del mundo en todos los aspectos. Económicamente era el mayor socio comercial de la mayoría del planeta, su poderío militar era indiscutible y su sistema político era tomado como el estándar dorado de los proyectos democráticos liberales. Eran los tiempos de Fukuyama y su “fin de la historia”, que argumentaba que el fin de la Guerra Fría indicaba la victoria definitiva de las democracias liberales.

Cómo han cambiado los tiempos desde esos años.

Hoy China es el principal socio comercial de una buena parte del mundo y se proyecta a sobrepasar a EEUU como la economía global número uno en unos años. El creciente peso económico chino, una potencia rival, limita la otrora omnipotente capacidad estadounidense de imponer su agenda e intereses en el mundo.

Xi Jinping en el Congreso anual del Foro Económico Mundial, 2017

Políticamente, EEUU está enfrascado en una guerra partidista sin cuartel que vio su máxima expresión de disfuncionalidad y degradación en el asalto al Capitolio el 6 de enero de este año, cuando el mismísimo principio de una transición ordenada del poder fue violado. Es muy difícil argumentar que el sistema liberal clásico, encarnado por EEUU, es la mejor ruta a seguir cuando este mismo país queda al borde de una crisis constitucional porque un candidato se rehusó a aceptar su derrota.

Militarmente, aunque EEUU sigue siendo el ejército más poderoso del mundo ahora tiene una población hastiada (con sentido) de expediciones militares costosas mientras China refuerza su capacidad naval y aérea en el Pacifico. La combinación de las desgastantes guerras de contrainsurgencia en Afganistán e Irak, combinado con las humillantes imágenes de la retirada en Kabul han dejado una profunda herida en la imagen de invencibilidad de la maquinaria de guerra estadounidense.

El surgimiento de China, un modelo profundamente autoritario pero económicamente exitoso, también obliga a EEUU a reevaluar sus prioridades y amplios compromisos globales. Al no ser el hegemón en el concierto internacional, EEUU necesita priorizar sus ambiciones e intereses, lo cual es un proceso mucho más fácil de decir que hacer.

Washington D.C también ha tenido un largo haber de fallos internacionales en los últimos años, con pocos éxitos de los cuales presumir. En el Medio Oriente y el Norte de África los fallos son notorios y conocidos: Afganistán en manos Talibán, Irak debilitado y bajo la influencia irani, Libia en estado de anarquía y un Irán influyente en la región.

En Europa, el liderazgo de Washington D.C. ha disminuido considerablemente, con líderes europeos como Emmanuel Macron llamando a una “autonomía estratégica” y diciendo que la OTAN sufrió una “muerte cerebral”. EEUU ni siquiera fue capaz de imponer su voluntad en la construcción del oleoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania (un aliado) y Biden cedió a la finalización de un proyecto que le brindara un significativo punto de presión a Rusia.

El Presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, con el Secretario de la OTAN, Jens Stoltenberg

La poca capacidad estadounidense de contrarrestar a Rusia (un país con una economía mucho menor) también ha sido asombrosa. Putin ha logrado imponer su voluntad, en perjuicio a los objetivos estadounidenses, en Siria, Ucrania y ahora en Alemania misma, con la construcción del oleoducto.

Estados Unidos ha fallado últimamente incluso en sus objetivos en su “patio trasero”, con regímenes rivales y antagónicos en Caracas, La Habana y Managua permaneciendo tranquilamente en el poder y (en el caso venezolano) a pesar de una campaña de máxima presión por parte del Departamento de Estado.

Estos ejemplos no quieren decir que el declive estadounidense es inexorable o imparable. Si la recuperación económica post COVID y la producción masiva de vacunas nos dejan algo en claro es que EEUU sigue teniendo una imponente capacidad industrial y económica, sin embargo, eso no cambia el avance chino a nivel regional y global o los duros golpes al prestigio estadounidense causados por el asalto al capitolio o la humillación en Kabul.

Manifestantes en Caracas, Venezuela, durante las protestas de enero 2019.

Muchos activistas o líderes latinoamericanos verán esto con un poco de gusto -al final seguimos siendo el continente del arquetipo del “buen revolucionario”- argumentando que es hora que EEUU deje su rol como hegemón o “policía del mundo”, algo que muchos votantes estadounidenses, por cierto, aprobarían.

Sin embargo, aquellos sueños son inocentes. El vacío dejado por una gradual retirada estadounidense no será llenado por una nueva energía soberanista en Latinoamérica o en el Medio Oriente sino por nuevos imperios o potencias regionales. Si a usted no le gusta EEUU como “policía del mundo” no querrá imaginarse un mundo con el régimen autoritario de Pekín fungiendo ese rol.

El orden post Guerra Fría empezó a mostrar fisuras durante la guerra global contra el terrorismo y se resquebrajó durante los 2010 con una China y una Rusia más asertivas. La humillación de Kabul parece el perfecto inicio simbólico de una nueva etapa en las relaciones internacionales.

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