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En domingo de elecciones legislativas, la coalición centrista de Emmanuel Macron recibió un golpe de realidad después de su victoria contra Marine Le Pen en abril. El objetivo era mantener sus 300 escaños, o en el peor de los casos alcanzar los 289 necesarios para gobernar sin cadenas. El resultado no acompañó, y los “escasos” 245 puestos conseguidos no bastarán para dominar el ahora variopinto Parlamento francés.

Lo que se avizoraba como una elección de rutina, donde retener la mayoría absoluta del parlamento parecía al alcance después de los resultados obtenidos hace 3 meses, se convirtió en una “derrota total”, cómo lo describiría el ganador de la jornada, el político de extrema izquierda Jean Luc Mélenchon. A través de su coalición NUPES, Melenchón será líder de una oposición que se plantea ceder en poco y nada.

Los galos no habían presenciado una incertidumbre tal desde la tumultuosa administración de François Mitterrand, donde la fragmentación y la cohabitación multi-partidista fue pan de cada día. En aquella oportunidad, el presidente tuvo que nominar como Primer Ministro, y posteriormente trabajar en conjunto, a su rival Jacques Chirac, quién terminaría ganando las elecciones generales un par de años más tarde.

Existen dos motivos fundamentales que explican la novel y diversa configuración del poder legislativo francés. Por un lado, la relativa indiferencia de Macron frente a los comicios desmotivó a su base de votantes. El recién reelecto mandatario ha estado enfocándose en operaciones diplomáticas a propósito del conflicto ruso-ucraniano, dónde se ha presentado como líder europeo frente a los intereses expansionistas de Vladimir Putin.

Por otra parte, los resultados son hijos de una abstención histórica. Apenas 46% de los inscritos participaron, fenómeno inédito desde la formación de la Quinta República francesa en la época de la posguerra. Es también inédito desde aquella era en la que el Miterrand se vea forzado a encontrar coaliciones con tan poco capital político.

Quiénes sí supieron capitalizar sus bases fueron los extremos. Mélenchon, unificando los insumos de la izquierda tradicional y conjugándolos con la “nueva izquierda”, consiguió 55 escaños más que en 2017. Mientras tanto, en un resultado que la catapulta como vocera nacional de la derecha conservadora, Le Pen pasó de liderar 2 escaños en 2017 a 89, convirtiéndose la “Agrupación Nacional” en el partido de oposición (no coalición) más poderoso de Francia.

¿Puede Macron concretar su sueño reformista de manos atadas?

A priori, sí. Como indica la actual Primer Ministro, Élisabeth Borne, “en medio de una situación que representa un profundo riesgo para los objetivos de Francia (…) se buscarán compromisos entre los partidos” para gobernar efectivamente. Y en la teoría, no es algo descabellado. Los Republicanos no ven con tan malos ojos el programa de reformas de Macron (que se hizo con 64 escaños, los suficientes para la mayoría necesaria en coalición), lo cual abre una puerta condicional a la gobernabilidad centrista.

Sin embargo, el líder de Los Republicanos, Christian Jacob, se apresuró en asegurar que, así como “hicieron campaña como oposición, ejercerán oposición”. Estas declaraciones también ponen en duda la mismísima permanencia de Borne como Primer Ministro, y algunos expertos ya piden el regreso de Édouard Philippe, líder de Ensemble más hacia la derecha del espectro, y que representa mejor la nueva configuración parlamentaria.

Paralelamente, al menos 4 ministros del gabinete de Macron perdieron sus respectivas contiendas, por lo cual tendrán que ceder sus cargos dando paso a un reordenamiento del capital político que sea capaz de alinearse a las nuevas tendencias electorales.

Desde la coalición de gobierno, no son tan pesimistas. De acuerdo a varios de sus voceros, los resultados son “un shock, pero no una derrota”, argumentando que Macron sigue siendo el líder político de la nación y el único con el poder de promover y generar productos ejecutivos.

En este sentido, aspectos menos dependientes de aprobación legislativa como la reforma de la Unión Europea, a propósito de la propuesta de Macron de construir una organización política continental de “segundo nivel” que permita la eficaz coordinación con países no-miembros de la UE como Turquía y Reino Unido, son más proclives a seguir su curso (aunque estos dependan del consenso de otros parlamentarios, los europeos).

Pero el hecho de que Marine Le Pen haya conquistado el 15% de la legislatura nacional lo hace todo más complicado. Que los extremos posean tanto poder de negociación dificulta la uniformidad de criterios, independientemente del área de trabajo. Las reformas a la seguridad social, el sistema educativo, y el polémico aumento de la edad de jubilación son propuestas centristas que tendrán que trabajarse por separado, caso por caso, canalizando apoyos entre diferentes grupos que muchas veces son renuentes a trabajar en conjunto.

Del otro lado del parlamento la posibilidad de consenso es baja, o directamente, nula. El discurso de Melenchón ha sido todo menos simpático a Macron y sus aliados, y busca ralentizar cualquier propuesta legislativa en aras de perjudicar la percepción pública del oficialismo.

Lo cierto es que la metodología de gobierno perdió el rumbo que venía ejecutando los pasados 5 años. Macron y sus aliados se enfrentan a una situación de inestabilidad insólita, que pone en jaque el proyecto de una década de trabajo político. El problema ya no solo es la complejidad de ejecutar reformas desde una minoría parlamentaria, sino la amenaza de perder los avances logrados frente a la ahora altísima probabilidad de abandonar el poder en las elecciones generales de 2026.

La Ensemble debe retomar el trabajo interno y postergar labores europeas hasta asegurar que al menos una cuota de su programa político se concrete. De no lograrlo, el primer gran gobierno de centro en Francia quedará como una anécdota inconclusa, y servirá solo de prólogo ante la llegada de dos líderes ahora fortalecidos y con propuestas de administración potencialmente radicales: la de un Mélenchon estatista y fiscalmente irresponsable o la del euroescepticismo conservador de Le Pen.

Foto de portada cortesía de Faces of the World.

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