Aquí sabemos de política

Aún a miles de kilómetros de distancia, la sola idea de la guerra es un espanto.  Lo que ayer parecía un recuerdo lejano, hoy se transforma en una pesadilla no solo para las víctimas de esta incursión militar por parte de Rusia en Ucrania, sino para todos nosotros, quienes desde nuestros hogares seguimos en vivo estos desafortunados acontecimientos consecuencia de la interdependencia de nuestro mundo globalizado y moderno.

El mundo entero ha contenido la respiración tras la declaración de guerra por parte de Vladimir Putin a Ucrania y observamos con atención el teatro de operaciones en el que las grandes potencias empiezan a dejar clara su posición frente a este suceso. El mundo está cambiando aceleradamente, el reacomodo geopolítico es evidente y Latinoamérica no escapa de este panorama. Es hora de que lo asumamos con sensatez.

¿Por qué América Latina debería estar preocupada y atenta del desarrollo de estos acontecimientos? Más allá de las naturales consecuencias económicas y energéticas que un conflicto armado de esta magnitud tiene sobre el mercado, este enfrentamiento promete reavivar las tensiones entre Estados Unidos y Rusia sobre la opuesta visión de mundo que comparten ambas naciones. Discusión que hoy ha trascendido a la mesa de la comunidad internacional involucrando a actores emergentes como el caso de China y la Unión Europea.

¿Cómo ha sido esta difícil relación en las últimas décadas? Mira Milosevich-Juaristi (2017), investigadora de Real Instituto Elcano a lo largo de su artículo “EEUU y Rusia, enemigos íntimos”, define la relación ruso-estadounidense de la siguiente manera:

“Las relaciones bilaterales de Rusia y EE.UU entre 1989 y 2014 pueden definirse mediante la metáfora de un péndulo que oscilaba entre las expectativas de cooperación, que borraría la experiencia de la desconfianza y del equilibrio del terror de la Guerra Fría, y la gradual decepción por el aumento de la confrontación”.

Ha sido este desencanto en las relaciones bilaterales entre ambos países lo que ha contribuido significativamente en la erosión de las instituciones liberales que dieron forma al mundo de la postguerra; instituciones que por décadas contribuyeron a grandes procesos de democratización a lo largo y ancho de la comunidad internacional.

La incapacidad de estas grandes potencias en alcanzar acuerdos significativos tras los distintos eventos a lo largo de estas últimas dos décadas ayudaron a cimentar el desafío a la hegemonía norteamericana. ¿Y a qué se debe este desacuerdo? Mira Milosevich-Juaristi (2017), afirma que dentro de esta lógica, es necesario destacar los elementos irrenunciables que limitan una posible cooperación entre los Estados Unidos y Rusia. Dice:

“Rusia defiende cinco objetivos irrenunciables en política exterior: (1) conservar su integridad territorial; (2) preservar el régimen; (3) mantener la zona de influencia en las repúblicas ex soviéticas; (4) asegurar la no interferencia de terceros países en sus asuntos internos; y (5) desarrollar la cooperación económica y política con otros países en condición de iguales”.

Posiciones que, hasta el día de hoy, hemos visto en el seno de la política exterior de Rusia y que hacen eco en la declaración de guerra por parte de Vladimir Putin a Ucrania. No obstante, es preciso preguntarnos ahora ¿Cómo queda Latinoamérica frente a este conflicto? ¿Por qué debería importarnos el desarrollo de este acontecimiento?

La falta de cooperación y desarticulación de los intereses regionales ha sido el escenario perfecto para que terceros nos involucren en juegos de carácter geopolítico ajenos a nuestros intereses. Algunos países ya han tomado partido, otros se han hecho la vista gorda. Sin embargo, la cruda realidad es que la inmadurez y la falta de coordinación en materia de política exterior han involucrado a la región en un pernicioso escenario para la salud de nuestras débiles democracias e instituciones.

Hace un tiempo, escribí que la cooperación latinoamericana más que un ideal debería transformarse en una realidad estratégica. Hoy, retomo este planteamiento:

“El resultado de ello ha sido consecuencia del capricho ideológico que ha cegado la toma de decisiones de carácter estratégico para la región. Latinoamérica históricamente ha estado atrapada bajo un absurdo ideológico que ha encapsulado el viejo esquema bipolar e impedido avanzar en la formulación de una agenda de cooperación práctica. Unos y otros siguen desempolvando los mismos viejos discursos (en especial la izquierda) para justificar su posición frente a este nuevo escenario”

Hoy, con la irrupción de nuevos actores en el mundo, la profundización de la globalización, el debilitamiento de la democracia liberal, entre otras tantas inquietudes hace de nuestra época una convulsa etapa de transición. ¿Hacia qué? Aún está por definirse.

Hasta el momento, algo que ha quedado bastante claro es que como región debemos tomar cartas en el asunto a fin de que nuestro intereses por el desarrollo, la democracia y  la libertad no se vean menospreciados una vez más, en especial por el rampante autoritarismo que liderazgos como el de Vladimir Putin, Xi Jinping, Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel promueven en la comunidad internacional. Cabe destacar el apoyo de estos últimos a la declaración de guerra rusa en menosprecio y a diferencia de sus homólogos regionales.

¿Cómo hacer frente a ello? Un primer paso sería construyendo unos mínimos comunes en nuestra política exterior como región. El fracaso de nuestros organismos regionales en gran medida responde al intento de los gobernantes de turno de crear un espacio de interés ideológico que beneficie a los suyos por encima del resto. Tienden a convertirse más en foros políticos que en auténticas organizaciones en favor del beneficio colectivo.

Formular una política exterior regional común en el seno de nuestras incipientes sociedades democráticas es una labor titánica. Definida por el consenso entre los actores refleja hacia el mundo sus intereses y metas como país. Sin embargo, conforme fortalezcamos y sigamos incentivando espacios de participación ciudadana en la toma de decisiones, lograr al menos alinear los intereses prioritarios de la región a través de una agenda de cooperación es una tarea no solo factible si no de gran importancia.

Dar vuelta a esta situación y garantizar así voz y voto a Latinoamérica en la comunidad internacional pasa por dar protagonismo a los principales protagonistas y beneficiarios de esta decisión: la ciudadanía. La base y fundamento de toda comunidad política.

Ciudadanía que aunque hoy no sufre las dramáticas consecuencias de una guerra, como sí lo hacen los ucranianos hoy a merced de la ambición de Vladimir Putin, se verán perjudicados por la inacción y la falta de cooperación de nuestros gobiernos en materia de política exterior.

¿Qué lección nos deja, de momentos, la guerra en Ucrania? Que la mejor defensa para los intereses en Latinoamérica amerita de una activa cooperación regional, así como de un compromiso inquebrantable con los principios democráticos. De lo contrario, seguiremos a merced del autoritarismo y de intereses ajenos a nuestro desarrollo.

Referencias bibliográficas:

Milosevich-Juaristi, Mira (2017). EEUU y Rusia, enemigos íntimos. Real Instituto ElCano. [Espacio en línea]. Disponible en: http://www.realinstitutoelcano.org/wps/portal/rielcano_es/contenido?WCM_GLOBAL_CONTEXT=/elcano/elcano_es/zonas_es/ari54-2017-milosevichjuaristi-eeuu-rusia-enemigos-intimos

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