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La invasión rusa a Ucrania es uno de los eventos geopolíticos que sin duda marcarán la década de los 2020. El sueño iluso de un mundo pacificado por la globalización y la interdependencia comercial terminó de morir en febrero del 2022. La invasión también le dio vida a la narrativa de una reforzada unidad en la OTAN.

A primera vista, el argumento de una renovada unión transatlántica es fácil de creer. Todos los países de la OTAN condenaron la invasión rusa a Ucrania, daban grandilocuentes muestras de solidaridad y varios Estados miembros se comprometían al envío de armas a Ucrania. Hasta Alemania, la cuna de la política de acercamiento a Rusia (la mancha más grande del otrora laureado legado de Merkel) se comprometió a un cambio drástico en su política militar. Parecía que la alianza la cual Macron había calificado de “muerta cerebralmente” había resucitado.

Esta narrativa, sin embargo, enmascara una realidad mucho más compleja y corre el riesgo de convertirse en una cómoda ficción que sobreestime la unidad de propósito de la septuagenaria alianza militar occidental. El pasar del tiempo ha dejado en claro que la OTAN está profundamente dividida en por lo menos tres bloques: un ala comprometida con apoyar a Ucrania, un ala que ve a Rusia como un rival, pero se inclina por una solución negociada, y los Estados Unidos.  

El bloque Londres-Varsovia-Báltico

La primera corriente está compuesta por el Reino Unido de Boris Johnson, Polonia, y los países bálticos, quienes han definido como objetivo la derrota de Putin, han firmado acuerdos bilaterales de defensa militar y han enviado una notable cantidad de apoyo militar al gobierno de Kiev.

Este grupo de países han establecido como posición oficial el apoyo irrestricto a Ucrania, como dijo el Primer Ministro Johnson pocos días después de la invasión inicial, el objetivo es que “Putin debe fallar” en su guerra contra Ucrania. El razonamiento detrás de esta firma postura es fácil de seguir, si Rusia no paga un costo elevado (militar y económico) por su invasión entonces no hay nada que detenga al Kremlin de fortalecer su posición, y usar su poderío militar y económico para intentar una nueva invasión en el futuro y consolidarse como el Estado más influyente en el continente.  

La posición del bloque no es sólo retórica, sino que está sustentada con un amplio apoyo logístico. Según datos del Instituto Kiel, los tres países que han dado más apoyo militar en proporción a su PIB son Estonia, Letonia y Polonia. En términos absolutos, Polonia (que ha sido tan criticada por la Unión Europea) ha dado más ayuda militar que las potencias económicas europeas como Alemania o Francia.  

El Reino Unido, a pesar de no tener el mismo peso económico que la UE en su conjunto, es el segundo país que ha dado más asistencia militar en términos absolutos a Ucrania, dando 4.7 millardos de euros en equipos militares al gobierno de Zelensky. La ayuda militar de Londres ha sido fundamental en el esfuerzo de guerra ucraniano, UK ha estado entrenado al ejército ucraniano desde el 2015 (“Operation Orbital”), otorgó miles de valiosos misiles antitanque NLAW, envió baterías antiaéreas de última generación Starstreak y confirmó el envío de artillería pesada al frente de batalla.

La política de apoyo irrestricto al esfuerzo de guerra ucraniano tiene como objetivo final forzar a Rusia a sentarse en la mesa de negociación en una posición de debilidad. Esto no solo le brindaría a Ucrania una mejor posición para asegurar su integridad en una posguerra, sino que también haría imposible que Rusia consolide su posición de poderío en Europa.

Budapest, Berlín y París: del apaciguamiento a la ambivalencia

El resto de Europa tiene una posición más escéptica y confusa sobre la guerra en Ucrania. Algunos países, dependientes del gas ruso por años, se han opuesto abiertamente a tomar medidas que puedan molestar al Kremlin o han decidido ser bastante lentos en el apoyo armamentístico que se le da a Kiev. Otros países, menos dependientes del gas ruso, han mostrado su preocupación con las consecuencias de una posible humillación militar rusa y han indicado que se necesita un cese al fuego lo más rápido posible.

Alemania y Hungría han mostrado una constante reticencia a brindar apoyo militar a Ucrania o a apoyar algunas  sanciones económicas a Rusia. Aunque el canciller Scholz lo niegue, Berlín ha enviado menos ayuda militar que Polonia (a pesar de tener una economía cinco veces más grande) y varios de los equipos que ha enviado han llegado en condiciones inutilizables, como la vez que enviaron misiles oxidados, o incompletos, como la vez que enviaron tanques sin municiones. Berlín incluso ha descartado el uso del crédito europeo para ayudar a la reconstrucción de Ucrania.

El patrón de Berlín durante la crisis ha sido predecible: brindar apoyo retórico a Ucrania, comprometerse públicamente a enviar ayuda a Kiev, ralentizar dicha ayuda tras bastidores, oponerse a nuevas ayudas o sanciones a Rusia, y luego cambiar su opinión nuevamente luego de ser presionados por la opinión pública mundial. El supuesto líder de la UE ha estado ausente en la mayor crisis que enfrenta el continente desde el fin de la Guerra Fría.

Hungría, en una situación energética mucho más delicada que Alemania, ha jugado un papel más escéptico a la ayuda ucraniana. Orbán se ha negado repetidamente a dejar que pase ayuda militar a Ucrania por su territorio, calificó a Zelenski como un rival luego de ganar la reelección, logró obtener una excepción al futuro embargo europeo al petróleo ruso (al igual que Eslovaquia) y hasta se ha negado a incluir al patriarca de la iglesia ortodoxa rusa en la nueva lista de sanciones individuales de la UE.

Hungría no es un gigante geopolítico en el bloque europeo, pero la reticencia de Orbán ha sido usada en varias oportunidades como excusa para explicar la falta de acción coordinada europea contra el Kremlin. El abierto escepticismo, y hasta hostilidad, de Orbán hacia Zelenski funciona como una excusa bastante conveniente para otros países que no quieren adoptar medidas fuertes contra Rusia pero que quieren mantener públicamente una posición de firmeza contra Rusia.

Aunque los gobiernos de Berlín y Budapest estén en opuestos ideológicos, su timidez con Ucrania parte de un mismo hecho: los dos países dependen de la energía rusa. Alemania importa un tercio de su gas de Rusia, mientras que la dependencia húngara llega al 80%. Ambos líderes saben que sus economías (y vidas políticas) están bajo la espada de Damocles del gas ruso. Un fin rápido al conflicto en Ucrania y una vuelta a una especie de “business as usual” con Rusia les quitaría un dolor de cabeza a Scholz y Orbán.

El otro actor europeo que ha jugado un rol interesante es Francia. Aunque París se ha comprometido a enviar más armas y suministros a Ucrania y ha empujado un acuerdo europeo para limitar las importaciones de petróleo ruso, el apoyo ha sido tibio. París ha enviado una minúscula cantidad de apoyo militar a Kiev, Macron ha mantenido conversaciones continuas con Putin y el gobierno de Zelenski respondió iracundo a los llamados de Macron de evitar una “humillación” rusa.

Curiosamente, Francia no está en la misma situación de dependencia energética como Alemania o Hungría, por lo que su cautela con Moscú no puede ser explicada de la misma manera. El objetivo de Macron es ser el mediador con Rusia y promover una salida aceptable para Putin que ponga un fin al conflicto inmediatamente.

A corto plazo la razón es obvia: evitar el sufrimiento humano y económico que trae la guerra, restablecer un poco de orden en el continente, evitar un desastroso colapso de Rusia o Ucrania y el gigantesco costo que la reconstrucción de Ucrania le va a traer a las finanzas europeas. A mediano plazo, una larga guerra en Ucrania hace a Europa más dependiente del apoyo logístico y militar estadounidense, obstaculizando las ambiciones de Macron de una “autonomía estratégica” en Europa.

Sin embargo, esa autonomía europea a la cual Macron tanto apunta se ha visto destruida con la guerra en Ucrania; el liderazgo de Alemania, la economía más grande de la Unión, ha brillado por su ausencia en la crisis y las innumerables llamadas telefónicas de Macron a Putin no han funcionado. Mientras tanto, el Reino Unido post-Brexit (que supuestamente iba a ser un paria en el continente) ha estado liderando efectivamente un bloque de países dentro de la UE que se sienten profundamente amenazados por Rusia.

Cabe destacar que no son sólo Alemania, Francia y Hungría los que han tenido una posición tímida con Ucrania. Varios países del resto del bloque europeo también han sido escépticos con la ayuda a Kiev, como por ejemplo el bloqueo de la aplicación de Ucrania a la UE por parte de una coalición de países liderada por los Países Bajos.

Estados Unidos: Brindándole seguridad a Europa, de nuevo…

Aunque la guerra en Ucrania presenta una amenaza más clara y obvia para la estabilidad de Europa, el país que más ha apoyado al gobierno de Zelenski es Estados Unidos.

Washington D.C. ha enviado casi $25 millardos en equipamiento militar a Ucrania y ha permitido el uso de su inteligencia para destruir objetivos militares rusos.

Esta disposición estadounidense de ayudar a Ucrania ha vuelto a confirmar el rol de Washington como garante de la seguridad europea. El tamaño de su economía, su poderío militar y la lentitud de la UE, ha convertido a EEUU en el principal pilar de la seguridad ucraniana, casi por default. Sin embargo, este no es precisamente el rol que el Pentágono o el público estadounidense estén dispuestos a jugar por un tiempo indefinido.

Los debates en política exterior estadounidense se han centrado en los últimos años en voltear el enfoque a la competencia con China. Se ha discutido cómo fortalecer la estructura de ciberseguridad del país, ha habido un esfuerzo por reorientar las fuerzas armadas de operaciones de contraterrorismo en el Medio Oriente a guerra convencional en el Pacífico, la diplomacia estadounidense ha estado tratando de entender cómo repeler la influencia china en América Latina o en las mismísimas corporaciones multimillonarias.

Sin embargo, la invasión rusa a Ucrania ha puesto a Washington en una dificilísima posición: no puede permitir una Europa dominada por Rusia (que ha sido amigable a China, de paso) pero una larga guerra en Ucrania va a poner a prueba a un EEUU que estaba buscando prepararse para la competencia con China en el Pacífico.

En teoría, Europa debería tomar la batuta de la respuesta contra Ucrania, pero en práctica, la ambigüedad y lentitud de la UE han llevado a EEUU y al Reino Unido a garantizar la seguridad del continente por tercera vez en los últimos cien años.

Este apoyo no puede sostenerse indefinidamente. Los vientos políticos de la derecha en EEUU soplan cada vez más fuerte a favor del aislacionismo y un congreso dominado por el GOP va a pensarlo dos veces antes de volver a enviar ayuda financiera a Ucrania. Adicionalmente, la cada vez más amenazante posición de China va a hacer dudar a los EEUU sobre si debe priorizar el Pacífico sobre Europa.

La guerra en Ucrania va rumbo a su cuarto mes y el resultado es incierto. Es posible que los rusos fuercen a Zelenski a buscar un armisticio y ceda los territorios que Moscú controla o tal vez Ucrania siga luchando hasta forzar a Rusia a ceder.

Lo que queda claro es que la guerra en Ucrania, lejos de unificar a todo Occidente, dejó en evidencias las grietas y falta de coordinación estratégica en la OTAN.

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