Aquí sabemos de política

Han pasado varios años desde que sigo de modo sistemático y diariamente la prensa financiera anglo-estadounidense. Ese trabajo constante con fines profesionales, ha hecho posible que pueda adentrarme en buena parte del debate sobre los asuntos públicos de un país tan fascinante como los Estados Unidos. Por esa razón, la posibilidad de indagar y construir un enfoque sistémico sobre temas actuales de relevancia política y económica de los Estados Unidos es una oportunidad indeclinable. Más aún si la idea de edificar esa aproximación consiste en sugerir algunas notas conclusivas y orientaciones generales sobre un proceso electoral de tanta importancia como las midterms en Estados Unidos.

Aunque tal y como lo expresaría el lingüista George Lakoff en su trabajo “No Pienses en un Elefante” (2004), existen sistemas de creencias y valores que son difíciles de modificar una vez están enmarcados en determinada subjetividad, la lucha en el campo simbólico por ubicar determinados signos y temáticas en un lugar distintivo en la mente de un individuo (concepto de posicionamiento en el lenguaje de marketing), sigue siendo fundamental para comprender estados colectivos de ánimo. No es inusual que esos estados de ánimo se conviertan eventualmente en decisión o acción política. Los párrafos que siguen a continuación, intentarán abordar dos tópicos importantes dentro del debate político estadounidense y cómo su centralidad o presencia en medios, puede condicionar las emociones y las preferencias de los electores al momento de escoger sus representantes o senadores.

Fisuras en el Partido Republicano y la figura de Donald Trump

La irrupción del liderazgo carismático de Donald Trump, su éxito en las primarias republicanas de 2016 y su triunfo en las elecciones presidenciales de ese mismo año, han significado un sisma en el campo político estadounidense. Actualmente, las agendas políticas y las proposiciones discursivas en ambos lados del espectro se centran en posturas bastante encontradas en referencia a temas como el aborto, los roles de género, la idea de familia y la identidad racial. Estos niveles de polarización se han traducido en eventos que han comprometido la legitimidad institucional de la república moderna más antigua del mundo. Ese contexto de ruptura general y fragmentación discursiva, se reproduce en menor escala a lo interno del Partido Republicano (GOP).

Para comprender la actual división dentro del GOP hace falta retroceder un poco en el tiempo. El éxito de la política de desregulación financiera y apertura económica emprendida por la administración de Ronald Reagan en la década de los 80, convirtió al GOP en un defensor de un conservadurismo social mezclado con liberalismo económico (denominado neoconservadurismo). Esa hegemonía neoconservadora se mantuvo intacta por 35 años. Con el advenimiento de la administración de Donald Trump (al principio un outsider que no votaba como afiliado al partido republicano), los temas de libertad económica y conservadurismo fiscal dejaron de formar parte del centro de la agenda política del GOP, acabando con la hegemonía ideológica neoconservadora heredada del “reaganismo”.

Al día de hoy, resulta cotidiano encontrar en la prensa financiera artículos noticiosos donde legisladores estadales de jurisdicciones como West Virginia o Texas están proponiendo leyes que limitan a la banca de inversión al momento de ofrecer instrumentos financieros conformados a través de parámetros de responsabilidad social empresarial (Environmental, Social and Governance o ESG por sus siglas en inglés). Los legisladores republicanos de esos estados sostienen que en el contexto de la actual “batalla cultural”, la banca de inversión a través de los vehículos financieros ESG se ha situado del lado de la agenda “Woke” y la “izquierda radical”.

Este viraje paradigmático en la agenda política del GOP para poner ahínco en lo que ellos llaman “batalla cultural” (por la cual sería sacrificable hasta la misma libertad económica), ha provocado dos escisiones fundamentales: 1) entre la vieja élite republicana neoconservadora y nuevos factores políticos que aglutinados a Donald Trump tratan de convertir al GOP en un partido de la clase trabajadora y; 2) entre la élite republicana y su base o núcleo duro de votantes (conformado por blancos conservadores sin educación universitaria). Tras las acusaciones de fraude electoral por parte de Donald Trump luego de las elecciones presidenciales de 2020 y el ulterior asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, las grietas dentro del GOP se han acentuado.

El problema práctico que para el partido republicano representan las dos divisiones descritas en el párrafo anterior, es que en los procesos de primarias internas suelen ganar candidatos partidarios de las teorías de fraude electoral de Donald Trump (mal vistos por la élite del partido).

El triunfo de ese perfil de candidato aviva el temor de la élite, que los votos de “electores de centro” o incluso “republicanos moderados” vayan a candidatos demócratas (como ocurrió durante el balotaje de Georgia en 2021). Uno de los editoriales del Wall Street Journal del día 21 de agosto de 2022, no solo recoge una declaración del líder de la minoría de la cámara alta Mitch McConnell, donde cuestiona “la calidad” de algunos candidatos (específicamente de J.D. Vance que luchará por una silla del senado en Ohio) sino que además muestra la preocupación de ese medio (cuya línea editorial es republicana) sobre las “bajas probabilidades” de una “red wave”.

Otro editorial del Wall Street Journal publicado el día 14 de septiembre de 2022, se refiere a cómo la división republicana incidió en el triunfo de la demócrata Mary Peltola en la elección especial del distrito único de Alaska para la cámara de representantes. El mismo editorial señala que aún si los republicanos subsanaran la división entre Sarah Palin (candidata de Trump) y Nick Begich (candidato de Mike Pence y Mitch McConnell), igualmente podrían volver a perder ese escaño el día 8 de noviembre de 2022. El argumento de los editores es que Sarah Palin (favorita en las primarias) resulta una figura demasiado controversial incluso entre “republicanos moderados”.

El abordaje de esta primera temática relacionada a las disputas internas del GOP, no puede concluir sin mencionar el modo en que sus contrincantes demócratas han tratado de capitalizar las mencionadas diferencias. A nivel político, pero también mediático, los actores asociados al partido demócrata han hecho un enorme esfuerzo durante los últimos meses por colocar en un lugar distintivo en la mente de los constituents que las Midterms siguen girando en torno a Donald Trump y el asalto al Congreso del 6 de enero de 2021. Ello a pesar de que el nombre de Donald Trump no aparecerá en ninguna boleta de ningún distrito o estado. Los demócratas han promovido candidaturas asociadas al expresidente tanto en primarias distritales como estadales. Una estrategia que, si bien podría darles algunos réditos electorales, también podría ser contraproducente al sano desenvolvimiento de la república en el largo plazo.

Un partido republicano colonizado por sujetos indispuestos a someterse a las reglas públicas, generales, universales y prestablecidas, podría acabar con la alternancia democrática y culminar en una indeseable hegemonía unipartidista.

Inflación y Política Monetaria

Este último apartado profundizará sobre un tema más técnico y que incide directamente en el estado emocional de todos los electores: la economía.

La inflación persistente de los últimos doce meses tiene menos que ver con la acción fiscal de la administración de Joe Biden y mucho más con: 1) un error de la Reserva Federal (FED) al momento de revertir una política monetaria expansiva y, 2) la guerra europea que desestabilizó el mercado energético y de commodities. La razón por la que el “American Rescue Plan” aprobado en marzo de 2021, no es determinante al momento explicar la escalada actual de los precios de los bienes y servicios es fundamentalmente técnica. Casi toda la liquidez generada por el paquete de estímulo fiscal producto de la pandemia, fue absorbida por el sistema financiero y la inflación generada en esos meses fue principalmente bursátil.

Si cualquier lector se detiene a analizar la data del S&P500 durante 2021, podrá constatar una revalorización de alrededor de un 15% en el período que va desde 1 de marzo de 2021 hasta el 30 de septiembre de 2021 (fecha en que se emiten los últimos cheques de subsidio). El Índice de Precios al Consumidor (CPI) correspondiente a ese mes se situó en 5% (año a año) y la tasa de desempleo en 4,8% (cercana de la tasa natural de entre 3,5% y 4,5%). Dado que ningún otro paquete de estímulo fiscal fue aprobado en los tres trimestres subsiguientes (por la oposición de los senadores demócratas Joe Manchin y Kyrsten Sinema), la data traída a colación refuta directamente la hipótesis que considera a la política fiscal de la administración Biden como responsable en la escalada del CPI.

El error que sí explica mejor el proceso inflacionario es monetario (como de costumbre en ese tipo de fenómeno) y tiene que ver con la continuidad por un tiempo mayor del necesario de la política de inyección de liquidez que venía ejecutando la FED. Aunque en septiembre de 2021, la economía estaba prácticamente reactivada y con un mercado laboral cercano a la tasa natural de desempleo, la FED mantuvo las compras de bonos (quantitative easing) hasta febrero de 2022. Esto inundó mercados de nuevos dólares. Para febrero del año en curso, el CPI ya alcanzaba un 7,9% (año a año) y la tasa de desempleo de 3,8% correspondía a la de un mercado laboral estrecho.

Con el estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania (factor externo que también ayuda a explicar la inflación persistente), se desestabilizó el mercado global energético y de commodities. Esto añadió mayor presión sobre los precios de todos los bienes y servicios. A partir de junio de 2022, el director de la FED Jerome Powell anunciaría tres aumentos sucesivos de 0,75 puntos de las tasas de interés nominales junto a una reducción del balance de la Reserva Federal con el objetivo de controlar la inflación. La aplicación de una agresiva política monetaria contractiva por parte de la FED, ha aumentado significativamente la probabilidad de estragos en algunos sectores del sistema financiero y recesión prolongada.

Tanto la subida de los precios de los bienes y servicios (repercute en el bolsillo de los constituents) como la política monetaria contractiva basada en subidas bruscas de las tasas de interés (encarece el precio de mover el dinero a través del tiempo y genera desempleo) podrían tener fuertes implicaciones en los estados de ánimo colectivos. La pérdida de poder de compra y la sensación de pobreza generalizada moldea de un modo muy significativo la acción política de los individuos y sus decisiones. No existe un tema que pueda influir más en el resultado del evento electoral del 8 de noviembre que aquél referido a la economía. Aunque es técnicamente desacertado culpar a la administración Biden de la difícil situación económica, para el partido republicano y sus asesores comunicacionales debería ser relativamente sencillo posicionar lo contrario.

Notas Conclusivas

Un aspecto particularmente divertido no solo de los procesos electorales sino incluso del deporte en los Estados Unidos, tiene que ver con la fascinación de esa sociedad por la recolección de datos estadísticos y su afán por la medición. Al día de hoy, el modelo de FiveThirtyEight, los ratings de Cook Political Report y los promedios de los sondeos de opinión calculados por Real Clear Politics, señalan que el partido republicano está mejor posicionado para ganar la cámara baja. Por otra parte, el partido demócrata tiene una probabilidad nada despreciable de retener la mayoría en el senado.

Sin embargo, debido a la cantidad de carreras distritales y estadales que entran dentro del margen de error estadístico de las encuestas de opinión, sería apresurado sacar alguna conclusión con base a la data cuantitativa disponible. En más de una ocasión, las encuestadoras han tenido errores muestrales de significancia y han perdido credibilidad predictiva dentro de la audiencia interesada en temas políticos. En el caso de las Midterms del 8 de noviembre de 2022, cualquier error mínimo podría traducirse en escenarios políticos muy disímiles para los próximos dos años.

Por los momentos, ningún resultado es descartable y tanto republicanos como demócratas pueden conseguir control de toda la rama legislativa (aunque sea de un modo ajustado). Desde un punto de vista de poder, un escenario de cámaras controladas por partidos diferentes podría considerarse como una victoria política para el GOP. Si el debate de opinión pública durante el mes de octubre e inicios de noviembre se centra en aspectos económicos, el partido republicano siempre tendrá una ventaja sobre el partido demócrata. Por el contrario, si el debate es colonizado por la figura de Donald Trump u otro tema no tratado en este artículo (“Roe vs Wade”, por ejemplo), entonces el partido demócrata podría mejores posibilidades de salir favorecido.

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