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Ernesto Samper fue presidente de Colombia entre 1994 y 1998 por el Partido Liberal y Secretario General de la Unasur. Desde el estallido de la crisis en Venezuela, Samper ha servido como mediador en procesos de negociaciones entre el chavismo y la oposición, destacando el proceso de 2016

Desde su domicilio en Bogotá, atendió al equipo de Politiks para discernir sobre el presente y futuro de Colombia y Venezuela.

Esta entrevista fue editada por motivos de extensión y claridad.

En agosto fue la asunción de Gustavo Petro a la presidencia de Colombia. ¿Cuál es su evaluación hasta ahora?

Creo que en estos dos meses, el presidente Petro ha hecho lo que no hizo el presidente Duque en más de cuatro años. El tema del restablecimiento de las relaciones con Venezuela. La reactivación del proceso de paz con el ELN, que se fortalece con el apoyo logístico de Venezuela.

También la intervención en las Naciones Unidas sobre como darle una vuelta al problema de las drogas, para que no sigamos siendo los verdugos, sino las victimas del problema mundial de las drogas. Y su postura sobre la integración latinoamericana, que estaba totalmente ideologizada en el gobierno de Duque. Me parece que han sido los elementos más positivos de su gestión.

Yo registraría como dificultades, la lentitud que ha tenido en el nombramiento de los responsables de algunos temas, que yo atribuyo a que es una nueva generación que llega al poder. Por primera vez, la izquierda colombiana tiene un gobierno verdaderamente de izquierda. Hay que tener paciencia. Creo que el balance es positivo.

Uno de los temas más álgidos ha sido la reforma tributaria, la cual se da en un contexto de recesión global. ¿Puede la reforma tributaria causar un freno en la economía de Colombia?

Eso es lo que han alegado los gremios y los voceros de los empresarios. Pero si uno hace el análisis dentro de un contexto general, todos los países de América Latina están emproblemados por razones que de alguna manera están vinculadas.

En primer lugar está la crisis económica internacional. Para nadie es un misterio que el mundo se está desglobalizando, especialmente a raíz de la guerra en Ucrania y la imposición de sanciones económicas unilaterales que afectan a países como Rusia, Cuba y Venezuela.

América Latina está saliendo de una pandemia que deja más de 32 millones de pobres absolutos. Todos sabíamos que la única manera de reactivar la economía tras la pandemia era a través de la creación focalizada de nuevas demandas, las cuales se crean con subsidios.

De tal manera que pretender salir de una pandemia en este contexto internacional para aplicar las mismas recetas del Fondo Monetario internacional (FMI), no tiene ningún sentido. Varios países, entre ellos Colombia, están buscando generar una reducción razonable del déficit fiscal estimulando simultáneamente la demanda social.

Esto es lo que está contemplado en la reforma tributaria. Es una reforma progresiva, en el sentido que no grava a los sectores bajos o a los sectores medios, sino que pretende en su parte fundamental, que los sectores que se han beneficiado más por la situación económica, como el petróleo, el carbón y el gas, de alguna manera compartan los beneficios de esa bonanza artificial con el resto de los colombianos.

Por otra parte, dar unas exenciones al parasitismo fiscal. Colombia es de los países cuyos ingresos tributarios son más bajos respecto al PIB, no llegan al 17%. El promedio de la región es del 20%, eso quiere decir que aquí la gente no está pagando impuestos. Por eso, la reforma tributaria no es que vaya a profundizar la recesión, sino que si no se hace la reforma no se va a salir de la pandemia ni se van a cumplir las metas sociales que se ha propuesto el gobierno de Petro.

Boric en Chile, Petro en Colombia, AMLO en México y Lula en Brasil. Parece que Latinoamérica vive una nueva ola de gobiernos de izquierda. ¿A qué se debe esto?

En primer lugar a un efecto normal del péndulo en medio de un mapa polarizado políticamente. Es obvio que la gente está votando por unos cambios y después del invierno conservador que vivimos de 2016 a 2021, de gobiernos conservadores que frenaron la integración de la región y de alguna manera hicieron apuestas hegemónicas con los Estados Unidos.

Predicaron un nacionalismo trasnochado y trataron de aplicar las mismas recetas neoliberales después de la pandemia, pues la gente vota en contra de eso.

El panorama que estamos viviendo de vientos progresistas que soplan en toda la región, no solamente de López Obrador en México, sino también la elección de Xiomara en Honduras, Cortizo en Panamá, Boric, Petro, Luis Arce en Bolivia… La elección de Lula confirma que la gente quiere gobiernos progresistas que son los que ofrecen alternativas reales de cambio.

¿Cree que esta tendencia podrá mantenerse en los próximos años o veremos otro vuelco a la derecha como sucedió entre 2015 y 2019?

Sería absurdo que en 4 años no habrá un desgaste de los gobiernos que hoy están llegando al poder. Sin embargo, son gobiernos mucho más interesados con la realidad social y con el futuro inmediato de la región que con los gobiernos de derecha.

Temas que están planteando dirigentes progresistas como Boric y como Petro, que haya una transición ecológica, que impulsemos la soberanía alimentaria, que tratemos de calmar la brecha digital que se ha abierto en la pandemia entre conectados y desconectados… esta nueva agenda que se está abriendo en la región espero que le dé un sentido de pertenencia a los gobiernos que, por fortuna, están llegando al poder.

Uno de los principales desafíos del gobierno de Petro ha sido la relación con Venezuela. ¿Cuál es su evaluación de estas gestiones hasta ahora?

La apertura empezó por donde ha debido empezar: por las fronteras. Ahí viven 4 millones de personas, la mitad colombiana y la mitad venezolana. Durante siete años se puso una especie de muro invisible entre ellas, rompiendo una convivencia que había durante muchísimos años.

No hablo solamente de comercio, sino de servicios sociales. Había muchos niños venezolanos que estudiaban en Colombia, muchos colombianos que trabajaban en Venezuela. Estamos hablando de 2300 kilómetros de frontera compartida. Hablamos de que Venezuela puede servir como garante en las negociaciones con el ELN. [La apertura] no se puede medir solamente en dólares de comercio o de inversión, sino también en las relaciones fronterizas.

Acaba de mencionar que Venezuela puede servir como garante en las negociaciones con el ELN. ¿Considera que Maduro es un garante confiable?

Por supuesto, lo fue en La Habana. Tanto él como Chávez fueron factores definitivos, no solamente en las negociaciones, sino en la pre negociación que terminó exitosamente en los acuerdos de La Habana en Cuba.

Cuando hablamos de 2300 kilómetros de frontera, hay muchos sitios entre los dos países que son espacios comunes. Entonces es muy difícil evitar que la gente se pase de un lado al otro, porque para ellos es su hábitat natural. Creo que el mejor espacio para que se den [esas negociaciones] es Venezuela por su cercanía a Colombia.

Gustavo Petro aún no ha condenado la violación de DDHH en Venezuela. Sin embargo, estamos hablando de un régimen que comete crímenes de lesa humanidad. ¿Cuál considera que debería ser la postura de Colombia respecto a la violación de DDHH en el vecino país?

Mire, tan importante es la garantía y defensa de derechos humanos, como la no utilización de los derechos humanos con propósitos políticos, que es un poco lo que uno ha visto en la región.

Venezuela no es el único país en el cual se están violando o se pueden haber violado los derechos políticos. En Colombia se están administrando unos casos lamentables de falsos positivos, que prácticamente significan la ejecución de 5200 personas por parte de fuerzas paramilitares y de las fuerzas armadas.

Creo que le haríamos un mejor servicio a la causa de los derechos humanos si en lugar de utilizarlos como un arma política para dañar a los adversarios, hiciéramos un propósito común de refinar los mecanismos de observación, seguimiento e incluso de juzgamiento de las violaciones de derechos humanos.

Dejar de usarlos como un arma para descalificar países con propósitos políticos, eso no le sirve a nadie. En ese sentido, yo puedo compartir la experiencia que viví en mi país cuando fui presidente. Encontramos una violación generalizada de los derechos humanos por cuenta del narcotráfico, de la guerrilla, de los paramilitares…

En lugar de tratar de tapar la situación, lo que hicimos fue llamar a las Naciones Unidas para que nos ayudaran a mejorar la situación. Creo que esa sería una buena salida, que asumamos la defensa de los derechos humanos, su seguimiento y su aplicación como un tema de la región, como un todo.

Sobre esa base, no lo convertimos en una especie de piedras para tirar primero a quienes de alguna manera estuvieran involucrados en el problema.

¿Qué debería hacer la comunidad internacional para colaborar respecto a una solución con Venezuela?

La solución al problema de Venezuela tiene que pasar por una mesa de negociación. Cuando yo fui Secretario General de la Unasur, duramos dos o tres años en la institucionalización de un diálogo entre la oposición y el gobierno.

Aunque por supuesto el gobierno tiene alguna culpabilidad en que este diálogo no haya podido llegar a un buen término, también debo señalar que fue muy difícil hablar con una oposición que tiene siete cabezas diferentes, que cada uno piensa de forma distinta y que no pueden ponerse de acuerdo ni para salir en una foto.

Yo creo que la salida hoy día sigue siendo una salida de carácter institucional. Que haya una comisión que se siente y discuta tres aspectos, que fue lo que discutimos en ese entonces.

Primero, como se estabiliza la economía. La única manera de solucionar la migración y la insatisfacción social es devolviéndole la capacidad económica a Venezuela de atender a su gente, que eso no tiene que ver no solamente con la reactivación del petróleo, que está planteado hoy en día con la nueva guerra en Ucrania, sino con el desbloqueo de las medidas que se han venido aplicando y que afectan a los venezolanos, no al gobierno ni a sus dirigentes.

El segundo tema tiene que ver con la reinstitucionalización del país. El poder concentrado en una u otras manos termina en desequilibrios institucionales. En esa discusión tienen que participar todas las ramas del poder, todos los partidos políticos y actores sociales. [Este proceso] debería terminar en una nueva Constitución o en nuevo pacto social, para ver cómo se recompone el mapa de poder en Venezuela.

El tercero es el de garantías para unas elecciones. Todo esto tiene que ser llevado a unas elecciones generales en la que los venezolanos refrenden con su voto el camino que quieren seguir hacia adelante. Esto tendría que ser el final feliz de un proceso de reunificación que tiene que ser acordado en una mesa de negociaciones.

Han habido varios procesos de diálogo en los últimos años, ¿por qué este proceso de negociación tendría un desenlace diferente?

Todos los que hemos sido presidentes de Colombia en los últimos 50 años, de alguna forma buscamos la paz e iniciamos procesos de diálogo, la mayor parte de los cuales se frustraron. Eso no nos impide celebrar que el presidente Santos consiguió a través de la negociación en La Habana unos acuerdos que no habíamos conseguido nosotros.

Hubo en ese caso una alineación que permitió que se dieran las negociaciones, que ambas partes consideraron que la paz era un buen negocio. Yo creo que esas condiciones están comenzando a darse en Venezuela. En primer lugar, porque hay una salida económica, que era lo que tenía trancado el proceso antes.

En segundo lugar, porque hay una voluntad tanto del gobierno como de la oposición de encontrar estas mismas salidas. En tercer lugar, una salida en la cual es la gente la que toma la decisión me parece intachable desde el punto de vista democrático.

Pregunta final, ¿es usted optimista respecto al futuro de Colombia?

Soy razonablemente optimista, siempre y cuando logremos consolidar el proceso de paz total en el cual se ha embarcado el gobierno, porque esa es la llave para el futuro de Colombia. En la medida en que avancemos en la pacificación del país, en la medida que podamos levantar recursos para la inversión social que se está necesitando, que mantengamos lo mejor de Colombia que es su gente, en esa medida soy optimista.

  1. ¿Y con el futuro de Venezuela?

También. Creo que a Venezuela se le están despejando caminos. Son otros horizontes, son otras prioridades. Es un país rico habitado por gente pacífica. Espero que los dirigentes estén a la altura de esta nueva oportunidad que se abre de reinstitucionalizar Venezuela y centrar todos sus esfuerzos en recomponer el tejido social.

Que además, no son metas distintas a la que están enfrentados todos los países de América Latina después de una dolorosa pandemia y una guerra tan distante como es la de Ucrania, que a nosotros también nos afecta por el aumento de los combustibles y los fertilizantes.

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